A mi querida dama

domingo, 24 de enero de 2010

 























a veces es difícil caminar por el mundo y darte cuenta que lo único que te posee es un extraño sentir de soledad que te gobierna, que es tuyo, ¡te lo ganaste!, y que es también, todo lo que tienes, que detrás de eso... simplemente ¡no hay más!
Es tu soledad tan propia de tus pasos, tan dueña de tu efigie y de tu autoridad, que no sabes dónde empiezas tú y termina ella, se configuran de una forma sublime tan perfecta y también la consideras tu compañera, la señora de tus días, tu musa... la dueña de tus suspiros, de las horas de melancolía, de tu susurrar dulce y la poesía que creabas, de la música que embriagó tus sentidos y que son tan sólo tú para ella y ella para todos tus días.
Amo a mi soledad, mujer de blancas caderas y de pálida nostalgia... mujer de enredados rizos y de pasos firmes, diosa y creadora de las mis atormentas sinfonías, señora de los atardeceres marchitos y de las incongruentes palabras de mis labios, propietaria de mis idas y venidas, de mis sueños, amo--también--tu silueta y tu aroma, esa fragancia a madera de violín. Soledad amada, te entrego mis armas y me doblego a tus encantos.
Y hoy a ti, me fundo en un silencio de amaneceres erráticos, te entrego los días de compañía, las horas de diálogo, te ofrendo el resto de mi aflicción y muchas de mis lágrimas, te doy también mis manos y mi alma... Señora de mis días, que jamás me falten tus brazos.
a veces es fácil entender que estás sólo, simplemente se complica el descifrarlo

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