Soy la tenue tempestad de mi congoja, el alarido sordo que se enjauló en el ocaso, que camina con sus brotes de locura, con una muestra impalpable de abandono, que toca el corazón que ya no sangra, soy el recuerdo de un amanecer vacío, sin sombra, sin locura, sin tu aroma en mi regazo
en los brazos de la tragedia, consumiendo vueltas refulgentes,
con los puños extendidos, la rabia en un baúl de ilusiones muertas,
y caminar con el sonido de la dentadura en las rodillas,
el recuerdo ausente de la tarea pendiente, de lo que jamás me dirán sus labios
de la mano de lo que ahora no leo, buscando en un rincón de mi memoria el recuerdo de lo que fue,
las caricias que no germinaron, que fenecieron como sonidos inaudibles,
como frases en la garganta del ahorcado, como la sonrisa de aquel que viaja deprimido
en la cuna de la nostalgia, bebiendo de los labios de lo exangüe
con las cicatrices en el alma, las lágrimas en mis pupilas derretidas
en los vértices de mi propia inconsciencia,
con las remembranzas del amor vivido, de las frases cercenadas
viajo mutilado en el horizonte extinto de los días,
y una luz que iluminó mi rostro aquella madrugada, se difumina en mi melancolía,
el murmullo de la Soledad revoloteando en mis pasos
ahora soy más suyo que nunca, ahora sólo pienso en morir a su lado
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