Cielo

sábado, 11 de julio de 2009

 


Hoy el cielo se quejó por todo, se ensimismó como fiera lastimada, recogió sus pies y entrelazó los brazos, luego allí metió su cabeza, y yo..., yo no le pude decir nada, intentaba animar mi propia alma que terminé de recoger, la encontré una vez más herida por los días.

Necesito calor, necesito aire, necesito ver el azul de ese cielo que hoy reside junto a mi regazo, se siente débil, está incongruente, con ideas vagas, con la melancolía propias de su transitar uniforme por el mundo, así estaba el cielo, y yo a su lado, sin saber qué decir o qué hacer, con un manojo de dudas sobre mi espalda, cargado de un ambiente tenue y doloroso, que nos cansaba a todos, nos proponía un ir y venir desesperado.

Aún así salí, me armé de todos los colores, me armé de un alma exangüe, de un carácter rancio, de la cárcava de mis inflexiones, con tres puertas a medio abrir, y así salí al mundo, al universo que todos podían ver, en donde no existía cambio alguno, donde el cielo estaba en su lugar y no recogido junto a mi, lleno de pena, observé a todos, y nadie percibía la transfiguración del ocaso. ¿qué sucede? ¿por qué? O lo que se me ocurre más trágico ¿para qué?... Quien sepa la respuesta que me la diga, es urgente, aunque innecesaria, pero será al menos una respuesta.

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