¿En dónde diablos quedan los sueños?... ¿cuándo abandonamos la lucha?... ¿hasta qué punto desertamos en la guerra?... para refugiamos como exiliados en los laberintos de la duda, nos mordimos la desidia y publicamos torpemente el réquiem de nuestra existencia subjetiva—ya no quiero cargarte a todos lados—y meditada.
Cada uno de nuestros pasos claudicó en impulsos tenues, con melodías grises, con frases agonizantes que se negaban emerger de una garganta seca por la sangre y dulce por el aroma utópico de tus labios, y ya no son míos, hoy son de nadie, porque no te pertenecen porque ni siquiera estás segura que existes.
Pues yo te he creado y soy el único capaz de destruirte, mientras en la cárcava de mis inflexiones absurdas encontré a mi alma taladrando las espirales de tu recuerdo, y con sus infantiles manecillas—llenas de sangre y olvido—encogía los resplandores de una lágrima, colmadas de fantasías, aún tan triviales, tan fastidiosas, sonaban las campanas como marcha fúnebre, y en el pecho se encogía el sentimiento, lo apretaba como aprieta un torniquete, en una red musical tétrica con mi dolor, con mis consonantes rotas y el incienso encendido en el recuerdo de tu regazo.
Y decidí salir a aniquilar tus remembranzas, a cercenar las intrusiones de tu aura en mi memoria, esas abominaciones que mancillaban mi dominio, porque de hoy en más serás también parte de mi público modelo, ya no viajarás conmigo en el ferrocarril al infinito, ni te prestaré mis alas, ni te coseré las tuyas, porque te presenté hoy en el memorial público, en esta danza macabra de payasos y cubiles, de horas críticas y silencios dramáticos.
Ya conozco el lugar en el que enterramos nuestros sueños, allí también se quedó la lucha, las armas y la guerra, se quedó tu nombre y mi bandera, y me traje conmigo sólo lo que necesito, un cuerpo desgastado por el tiempo y una lanza con penachos es mi alma, la compañera que exijo, la que siempre tendré y que consagrará en su furia mi legado, en la delicada exhumación de mis suspiros.
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