Allí vas dios de tiempos, con tus zapatitos tristes con el eco de nostalgias, cargando como fardo un puñado de heridas e inflexiones, la petición y el rechazo, allí vas compañero de mi batalla, mi aliado y enemigo, vas sin detenerte, sin importar lo que dejas a tu paso.
Me estoy recibiendo a mí mismo, en un trono de valientes desesperados,
con la sangre del tiempo embarrándome las manos
con un tenue titilar de manecillas ahorcadas, estoy,
ardiendo de imprevistos, sudando las espirales de mi propia angustia
esperando la melodiosa marcha de la muerte, que lleva mis pasos, que juzga tu abandono
Camino sobre las consonantes débiles, sobre las golondrinas rojas
aprendiendo a consumar mi propio dolor sin llanto
y quisiera volar por tus dominios, calcular la brisa, el viento, el transitar de cronos
el recorrido, también me encantaría embriagarme en tu hermosura,
que no conozco, pero que sospecho contemplar de madrugada
Quiero aprender cómo se evaporan los astros,
de dónde emerge el viento, el llanto, la razón de mi locura,
el amor y por qué siempre dura tan poco.
Me estoy recibiendo, sin manos, sin nostalgia sólo con una campana
con ese ruido cansado, lento y amputado
con ese llanto recluido en los párpados, y el suspiro mutilado en los pulmones,
y se vuelve tu mirada al terciopelo que limpió la espada,
de la sangre del tiempo manchada,
de la herida de una gloria ajena que me niego a disfrutar.
martes, 30 de noviembre de 2010
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